En Antropo, el divorcio entre el ámbito de la acción y la teoría social es evidente. Se asume casi de manera explícita que el investigador es un homo político, pero como también es economico, olvida a lo largo de su trayectoria su compromiso social para adentrarse en la dolorosa lucha por entrar en la carrera científica. Por ello, en la rama "social" se estudia a los movimientos sociales pero la mesa de diálogo con ellos está en la carpintería. En el caso de la orientación arqueológica la preocupación por una influencia en el medio social es la excepción más que la norma. La labor difícilmente se enmarca en un proyecto social y hasta el momento las iniciativas sobre la utilización del conocimiento académico en las economías de las comunidades locales son escasas o hallan poco eco en el apoyo institucional. En definitiva, la articulación generada por la extensión universitaria es deficiente y eso tiene mucho que ver con la formación que recibimos. Pero a no desesperarse, hay gente abriendo caminos…
Los discursos ideológicamente neutros no existen. Y nuestras prácticas son discursos. Aunque nos pese, recibimos una formación metodológica en cuenta gotas. Se nos estimula a escribir, criticar y confrontar autores pero "el campo" no es una instancia contemplada a lo largo de la formación. Mientras la orientación Sociocultural le dedica UNA materia que se recomienda hacer promediando el final del ciclo de grado, en arqueo no existe, solo se dicta un seminario cuatrimestral no obligatorio que lamentablemente no logra suplir este bache. El gabinete se abandona cuando se entra a un equipo de investigación, los cuales llevan tiempo de trabajo ad honorem a su vez que se adquieren los conocimientos de los que se carecen en la formación de grado. Ergo, nuestra capacidad para reflexionar sobre la práctica es nula, pues ¿cómo vamos a cuestionar una labor que hacemos escasamente, de manera informal o ni siquiera llegamos a hacer?
La presencia (o ausencia) de espacios de formación metodológica nos hacen sospechar que el ideal de antropologo que aprendemos a recitar de memoria desde que cursamos HTA era un engañapichanga. Ese Malinowsky que pasa sus días en el campo no es en el que nos vamos convirtiendo con el paso de los años. En filo, es más fácil encontrarnos con una raza (no os preocupeis, es figurativo su uso en este caso) de antropólogos bastante diferente. Luchando por una beca, un subsidio o un algo que nos ayude a ser antropólogos, a investigar, vamos encontrando nuestro espacio mezquino entre las camarillas profesorales que hoy se disputan el poder en la carrera, la facultad y la UBA. Aprendemos a pagar el ensanchamiento del currículum de una manera algo perversa. Nuestras reflexiones contemplativas, expresadas en papers, trabajos en congresos o publicaciones, tienen como protagonistas a personas que viven o que se ven ligadas a las poblaciones que estudiamos y por ende afectadas. Muchas veces no se les informan los objetivos de la investigación o se los abandona en el medio de las luchas que están sosteniendo.
No es casual que lleguemos al final de la carrera sin un entrenamiento en como lidiar con la tensión entre la producción de un conocimiento académica aceptado y la participación y toma de posición frente a los conflictos de los que somos testigos. Es así como los sueños de juventud no dejan de ser más que eso. Participamos en clases donde pareciera que estamos descubriendo la clave para liberar al mundo de sus contradicciones y sus antagonismos, pero nada de eso sirve si no se puede convertir a PDF y publicarlo en una revista francesa (o norteamericana si se es más pesimista).
La ansiedad no nos debe comer. Ya hubo muchas iniciativas para cambiar el curso de esta historia, se propusieron instancias de taller para llegar a tener una sólida formación teórico-metodológica desde el comienzo y no para que la disfruten los que llegan al tramo final.
La Antropología se vanagloria y se relame en su heroica defensa de la pluralidad de pensamiento. Sin embargo dentro de la universidad bloqueo por todos los medios de que dispuso hasta el momento, la apertura de cátedras paralelas (¡precisamente de Epistemología y Metodología!) y la reforma del Plan de Estudios. Triste, pero realista, no deja de ser reflejo de un claustro que quieren conservar su nicho, dado que el espacio en la universidad les permite mantenerse en la carrera científica.
El cambio puede y debe surgir impulsado por el claustro de estudiantes. Se sabe y se teme. No es inocente el carácter antidemocrático y la escasa representación estudiantil en todos los órganos de gobierno de la UBA, del que la Junta de la Carrera no es excepción. Desgraciadamente, la apatía a toda forma de participación política a la que nos han llevado, todos estos años persiguiendo el triunfo individual, no han facilitado el desarrollo de una conciencia transformadora, emancipadora.
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