octubre 05, 2006

La Reforma universitaria de 1918: Los dolores que quedan son las libertades que faltan

La Reforma universitaria de 1918
Los dolores que quedan son las libertades que faltan
Por Martín Ogando
Militante de La Mella


¿Por qué retroceder 90 años para avanzar?
“Articular históricamente el pasado no significa conocerlo `como verdaderamente ha sido.’ Es adueñarse de un recuerdo tal como este relampaguea en un instante de peligro”
Walter Benjamín, Tesis de Filosofía de la Historia

Cuando el 15 de junio se cumplan 88 años de la Reforma la mayor universidad nacional seguirá sumida en una crisis de magnitud. Una UBA sin rector y conducida por un vice completamente ilegítimo, elegido en medio del bochorno, exhibe con desparpajo la decadencia a la que fue arrastrada por su camarilla dirigente. Vuelven a circular las polémicas sobre estatutos, co gobierno, formas de representación, y aún embrionarios, los debates sobre del destino de la universidad y su orientación futura. ¿Quién debe dirigir la universidad y para qué? Intervenir en este debate implica esfuerzos creativos pero también una recuperación crítica de nuestro pasado. Todo proceso social de magnitud histórica no sólo marca una época sino que la trasciende, cobrando vida propia más allá de la voluntad de sus protagonistas primarios. La revolución universitaria de 1918 se inscribe en este registro y su balance histórico se convierte hoy en lucha política por el futuro. La historia del movimiento estudiantil argentino es de las más ricas del mundo, compleja y surcada de mitos, mártires y miserias. Rastrear en ella claves para encarar nuestras actuales y futuras construcciones es algo imprescindible.

1918, pisando una revolución.
“A la guerra sangrienta de las nacionalidades... sucede la lucha altiva que se impone en Rusia con los soviets, en Hungría con las comunas democráticas...”
Mensaje al pueblo de la Federación Universitaria de Santa Fe, 1 de mayo 1920.

Cuando los universitarios de Córdoba se levantaban contra la opresión monástica y la oligarquía consagrada de las Academias, lo hacían con la íntima convicción de estar “pisando sobre una revolución”, de estar “viviendo una hora americana”. Llegaba a su fin la primera guerra mundial, desnudando el carácter imperialista de las principales potencias y haciendo añicos los discursos democráticos y la ideología de los círculos intelectuales que miraban a Europa como la cuna de la “razón y el progreso”. Este desengaño fue un alimento esencial para la ideología de la llamada nueva generación. Esta irrumpe en un momento en que han sido trastocadas el conjunto de las relaciones internacionales y América Latina ha pasado a ser un territorio en disputa entre la potencia en ascenso, Estados Unidos, y la vieja hegemonía inglesa. De las mismísimas entrañas de la guerra surge la monumental obra política que fue la Revolución Rusa de 1917, la insurrección de los obreros y campesinos que aplastó a la tiranía zarista y opuso una perspectiva verdaderamente humana a la barbarie capitalista. Buena parte de los reformistas del `18, a pesar de la lejanía y el desconocimiento, simpatizaron con aquella revolución. Esta trajo renovados ímpetus a la joven clase obrera argentina, dando lugar a acontecimientos como la “Semana Trágica” y la huelga de los peones rurales patagónicos. También el México insurgente de Villa y Zapata tuvo su influencia, esparciendo ardor revolucionario hecho de sublevación campesina, reforma agraria y ejércitos bandoleros por todo el continente. Como emergente histórico la Reforma Universitaria fue hija de su tiempo, de un tiempo de guerras y revoluciones sociales donde el mundo capitalista se sobresaltó preocupado ante un porvenir oscuro.

La Argentina de la Reforma
“Ningún mandatario argentino pasado ni presente podrá adjudicarse jamás la paternidad del gran movimiento...”
Julio V. González, dirigente reformista

En Argentina, la llamada república oligárquica había servido hasta entonces para sostener el dominio de la burguesía agraria exportadora aliada al imperialismo inglés. La bonanza económica, la pujanza de los sectores medios y la inmigración, en un marco de fuertes restricciones a la participación política, irán acumulando fuertes tensiones sociales. La Unión Cívica propiciará los levantamientos de 1898 y 1905. La llamada ley Sáenz Peña de 1914 será la política de un sector de las clases dominantes para ampliar la base del régimen político y coptar a nuevas facciones burguesas. En 1916 Hipólito Yrigoyen gana las primeras elecciones con participación masiva del electorado masculino. Si bien no se producen modificaciones importantes en la relación con el imperialismo, ni se cuestiona la forma en la que Argentina se inserta en el mercado mundial, sí aumenta el consumo popular y crece la organización sindical. La Reforma universitaria es parte de este proceso de movilización de los sectores medios, que pugnan por una democratización del régimen político y mayores niveles de participación en el Estado. La rebelión estudiantil no puede ser entendida al margen de este torrente “democratizador”. Sin embargo, si la Reforma expresó la reivindicación de ascenso social e inclusión política de los sectores medios, no expresó sólo eso. Con la Reforma este reclamo alcanzó una radicalidad inusitada y se entrelazó con una crítica social de más basto alcance. Ligada a esta cuestión esta la compleja la relación del movimiento reformista con el gobierno radical. Aunque no hay datos suficientes que acrediten la presencia directa del gobierno en el comienzo de las movilizaciones está claro que la derrota de las camarillas conservadoras cordobesas, enemigas políticas de Yrigoyen, no podían dejar de causar agrado en la casa de gobierno. Los estudiantes y el gobierno tenían un enemigo en común. Sin embargo la militancia estudiantil era heterogénea y mientras algunos dirigentes eran abiertos representantes del gobierno otros lo enfrentaban y pugnaban por una política independiente respecto del gobierno.


La universidad que enfrentó la Reforma 
“La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido...” Manifiesto Liminar

En las universidades de La Plata y Buenos Aires para 1912 ya se habían producido elementos de democratización y modernización académica que estaban en consonancia con las transformaciones que el propio país había sufrido. Córdoba en cambio era toda ella una excepción y la universidad su baluarte. Así, lo que en Buenos Aires y en La Plata avanzó con moderadas reformas, en Córdoba tuvo que recurrir a métodos bien distintos para imponerse. La Universidad de San Carlos era la más antigua del país y donde las camarillas clericales y anticientíficas más profundas raíces habían echado. Se impartía la educación confesional, todo atisbo de ciencia moderna era depreciado en sus claustros, el gobierno de la universidad estaba en manos de las Academias, órgano que elegía al rector, nombraba a los profesores, decidía los planes de estudio e impartía disciplina. Las academias estaban constituidas por notables vitalicios que elegían a sus propios sucesores y sólo una mínima parte de sus integrantes eran profesores. La mayoría de estos, aún los titulares, se encontraban al margen de toda decisión académica o sobre el nombramiento de sus pares. El control real sobre la universidad estaba en manos de una especie de sociedad secreta formada por señores católicos, la Corda Frates, que en íntima relación con el obispo decidían cada detalle. Contra esta universidad que en medio de la modernización capitalista resistía obstinadamente el paso del tiempo se levantaron los estudiantes.

Reforma o revolución
“Se nos acusa ahora de insurrectos (...) si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado a la insurrección.”
Manifiesto Liminar

Ninguna institución históricamente acabada despeja amablemente el camino para su desaparición. En este sentido el “nombre” suele ser engañoso, la denominada Reforma iniciada en 1918 fue una verdadera revolución universitaria. Por su método y por sus alcances. A la hora de hacer valer sus reclamos los estudiantes cordobeses tuvieron que recurrir a la acción directa y a la movilización. La herramienta de lucha fundamental fue la huelga general universitaria que contó con fuertes componentes insurreccionales e incluyó la ocupación de edificios, el enfrentamiento con la policía y la confraternización con las organizaciones obreras. Fue con esa acción directa, y no mediante los “canales institucionales” esclerosados, como los estudiantes plantearos sus reivindicaciones, pequeño detalle que olvidan los que en la actual coyuntura rechazan por violentos y antidemocráticos los métodos de la FUBA, la FUC o los centros de estudiantes. La revuelta superó largamente los edificios universitarios y mantuvo en vilo durante meses a la ciudad entera, produciendo una agitación sin precedentes y las marchas y actos más numerosos que Córdoba hubiera conocido jamás. Vayamos entonces a un breve recorrido por aquellas jornadas.

Jornadas callejeras
“No podemos dejar librada nuestra suerte a la tiranía de una secta religiosa”
Manifiesto Liminar

El malestar estudiantil venía madurando, pero estalla a fines de 1917 con un conflicto en apariencia menor. Los estudiantes protestan ante la inmovilidad del plantel docente y por la supresión del régimen de internado para los alumnos en el Hospital de Clínicas. Interpretando que el clima político nacional podía favorecer su reivindicación, durante los primeros meses de 1918 crece la agitación, se realizan asambleas y el 10 de marzo se realiza la primera movilización conjunta entre Derecho y Medicina. Los hechos se suceden rápidamente y se conforma lo que será el antecedente de la FUC, el Comité Pro -Reforma, que declara el 14 de marzo que no comenzarán las clases: “La universidad de Córdoba amenaza ruina, sus cimientos seculares han sido minados por la acción encubierta de falsos apóstoles; ha llegado al borde del precipicio impulsada (...) por la labor anticientífica de sus academias, por la ineptitud de sus dirigentes (...) El actual estado de cosas, tanto en lo relativo a los planes de estudio, como a la organización docente y disciplinaria (...) dista en exceso de lo que debe constituir el ideal de la universidad argentina” . Las autoridades deciden medir fuerzas con los centros estudiantiles y convocan al comienzo de clases para el 1º de abril. Ese día la huelga general logra su primer triunfo: ni un solo estudiante se presenta a cursar, las clases no pueden empezar. Las autoridades responden haciendo honor a sus pergaminos autoritarios y conservadores deciden “clausurar las aulas de la UNC hasta nueva resolución”. Ante la crisis, el gobierno de Yrigoyen nombra interventor federal a José Nicolás Matienzo, quien se compromete a dar una resolución favorable a los reclamos estudiantiles. Así terminaba una primera etapa del movimiento reformista del 18, con un triunfo rápido y aparentemente sencillo. Los métodos de lucha habían sido contundentes pero los objetivos programáticos absolutamente moderados. Lo que se logra inmediatamente es la renovación de las academias producida por la renuncia de los miembros más conservadores, la participación de los profesores titulares y suplentes en la Asamblea Universitaria y la reinstalación del internado para el Clínicas. En esta primera etapa ningún documento público plantea la exigencia que habrá de ser la bandera más destacada del movimiento reformista: la participación estudiantil en el co - gobierno. De hecho se confiaba en que la participación de los profesores más jóvenes y liberales sería suficiente para producir una renovación sustancial. Las expectativas en una pronta intervención de Yrigoyen también eran muy altas y sería este período el de mayor sintonía entre la Reforma y el gobierno nacional. Al mismo tiempo el pensamiento político que llevaría a la Reforma a superar el ámbito universitario y tener una proyección americana todavía se expresaba muy tímidamente.

La asamblea del 15 de junio y una nueva etapa.
“En un gesto incontenible, la juventud se ha levantado contra los fariseos de la reforma y así ha quedado la universidad señalada para siempre por una gran batalla”
 Telegrama enviado por la FUC a la FUA el 15 de marzo de 1918

Se fija la fecha de la Asamblea Universitaria que debía elegir al rector para el 15 de Junio. Los estudiantes estaban seguros de su triunfo y levantaban la candidatura del profesor Enrique Martínez Paz. Sin embargo el partido del orden no iba a resignar tan fácilmente el control sobre la casa de estudios más antigua del país. La intervención gubernamental fue vivida ingenuamente como un triunfo por los estudiantes y utilizada muy inteligentemente por la llamada Corda Frates para tejer acuerdos de trastienda y utilizar la presión de la opinión pública conservadora a favor de su candidato. Muchos profesores jóvenes, un vez conseguida una tenue reforma, eran proclives a aceptar la mano tendida de la academia. Así llega la Asamblea del 15 de junio donde los estudiantes pensaban sancionar su triunfo y sin embargo esperaba agazapada la contrarreforma. Aparte del candidato favorecido por los estudiantes estaba Antonio Nores de la Corda y un candidato de compromiso entre las facciones, Alejandro Centeno. La universidad se vio ese día rodeada por una multitud de estudiantes, trabajadores y gran parte del pueblo de la ciudad. La expectativa era enorme. Luego de dos votaciones donde ningún candidato obtiene la mayoría, al realizarse la tercera votación, lo que parecía imposible retumba como una cruda realidad: Nores sale electo como nuevo rector. La reacción se ha puesto de pie. Los estudiantes se sienten estafados. Los profesores que han llegado a la asamblea de la mano del apoyo estudiantil los traicionan y sancionan el predominio de la derecha clerical. La confusión es enorme y todo parece haber sido en vano, la Reforma ha sido burlada. Uno de los líderes describe así ese histórico 15 de junio: “No alcanzó a proclamarse el resultado definitivo (...) Una silbatina ensordecedora (...) rompió el silencio con que se esperaba la proclamación del candidato triunfante. Al mismo tiempo, saltaron hechos pedazos los cristales de las puertas y las ventanas, se arrancaban los cortinados (...) los consejeros se escurrían de las salas, huyendo de la furia de los tumultuarios” . El intento reaccionario de la Corda Frates había provocado una verdadera revolución universitaria que ya no volvería a quedar encerrada en los claustros. Enrique Barros, dirigente del centro de Medicina lee: “La asamblea de todos los estudiantes de Córdoba decreta la huelga general. Junio 15 de 1918”. El mismo día se reclama la solidaridad de la Federación Universitaria Argentina. “Hemos sido víctimas de la traición y de la felonía. Ante la afrenta, hemos declarado la revolución universitaria. Hemos hecho más: hemos proclamado una cosa estupenda en esta ciudad del medioevo... el año 1918 (...) Necesitamos saber que no estamos solos, que es uno solo el honor de los estudiantes argentinos. Reclamamos de nuestros camaradas la proclamación inmediata de la huelga general” Se inicia aquí un segundo período de la Reforma, donde su programa universitario se radicaliza y cobra importancia su impulso social y su dimensión latinoamericana. Habrá concluido también la alianza con el profesorado liberal que demostró claramente hasta dónde estaba dispuesto a llegar en su ímpetu reformista. La huelga se reinicia, esta vez con dimensión nacional. El 21 de junio ve la luz el más célebre y significativo documento programático de la Reforma, el llamado Manifiesto Liminar redactado por Deodoro Roca. El 30 de junio se realiza una movilización masiva que termina en una fuerte represión policial. Se realiza también el primer congreso de la FUA, en Córdoba, del 20 al 31 de julio.

Segunda intervención y los estudiantes en el gobierno universitario
“La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio en los cuerpos universitarios por medio de sus representantes.”
Manifiesto Liminar

El 2 de agosto Yrigoyen decide decretar nuevamente la intervención que aparece como un claro triunfo estudiantil, sobre todo por el nombre que venía a ocuparla. Telémaco Susini era un intelectual liberal que había apoyado los planteos estudiantiles desde un principio. Nores presenta su renuncia pero el viaje de la intervención se hace esperar agigantando el vacío de poder e impacientando a los estudiantes. Resulta que Yrigoyen, cediendo a las presiones conservadoras, buscaba congelar la designación del problemático profesor. En medio de la tensa espera un episodio aparentemente trivial llevó el enfrentamiento al paroxismo y lo extendió hasta el último rincón de la ciudad docta. En la madrugada del 15 de agosto la estatua del ilustre profesor Rafael García apareció derribada, y con un cartel en su pedestal que decía: “En Córdoba sobran ídolos”. El estupor que generó este hecho en la burguesía, la iglesia y todas las clases cultas y distinguidas fue notable. “La ciudad entera ofrecía un espectáculo de efervescencia inusitada. Los católicos, por una parte, atestando los templos para realizar rogativas extraordinarias (...) mientras los estudiantes trataban con los obreros en sus propios locales y les pronunciaban diariamente conferencias sobre la revolución universitaria” . Con la tensión en aumento el poder ejecutivo dicta un nuevo decreto el 23 de agosto nombrando al propio Ministro de Instrucción Pública, José Salinas, como interventor. Con la lucha llegando a su punto más alto se producirá uno de los capítulos más breves pero también más significativo de la Reforma. Ante la demora en el viaje, ahora de Salinas, el 9 de septiembre de 1918 los estudiantes llevan adelante su acción más radical y subversiva del status quo universitario: ocupan la universidad y se hacen cargo del gobierno. La insubordinación es total, se nombra decanos a los respectivos presidentes de los centros de estudiantes de Derecho, Medicina e Ingeniería, se nombran profesores interinos y se constituyen mesas examinadoras. Se dispone el final de la huelga y se convoca al inicio de clases. Las mesas examinadoras llegaron a tomar algunos exámenes donde “muchos, contra lo presumible, resultaron aplazados”. Sin embargo la experiencia fue breve. El ejército entra en la universidad, la desaloja y lleva como prisioneros a los estudiantes acusados de “sedición”. Sin embargo el objetivo estaba conseguido. El ministro Salinas viaja inmediatamente hacia Córdoba y se concreta la intervención favorable a los intereses estudiantiles. La experiencia del control estudiantil quedó trunca y constituyó un brevísimo capítulo de la revolución universitaria, sin embargo adelantó el costado más radical de aquel proceso. Habrá que esperar hasta los convulsivos años 70 para que la experiencia de las ocupaciones y el control estudiantil se reproduzcan con tal magnitud. La mayoría de las reivindicaciones estudiantiles fueron otorgadas y se extendieron al resto de las universidades del país. Las conquistas de la Reforma vivieron algunos años de esplendor hasta el gobierno de Alvear en 1922, cuando se produce un proceso de contrarreformas que incluyeron la intervención de varias universidades. Con el segundo gobierno de Yrigoyen, en 1928, se da un breve segundo periodo de ascenso que será cortado definitivamente con el golpe del 6 de septiembre del 30 que descargará una cruda represión sobre algunas universidades y llevará a una nueva intervención de las mismas, esta vez por un tiempo prolongado.

La Reforma ha muerto, ¡viva la Reforma!
“Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan”
Manifiesto Liminar

La pregunta aparece obvia. ¿En qué medida triunfó la Reforma? ¿Qué conquistas se mantienen? ¿Qué reivindicaciones pudieron ser reabsorbidas por el sistema y cuáles resultan subversivas hasta el día de hoy? La Reforma llevó adelante una modernización de la universidad argentina que era requerida por el intenso desarrollo capitalista que el país había tenido en su estructura primario - exportadora. Este objetivo modernizador era el que compartían los estudiantes, los profesores liberales y el gobierno radical. Desde aquí se podrían señalar los límites estrictos en cuanto a reivindicaciones y carácter social que tuvo el movimiento estudiantil. Sin embargo esta sola evaluación constituiría a nuestro modo de ver una simplificación vulgar. Los resultados de la Reforma cristalizaron en leyes, reglamentos e instituciones para nada incompatibles sino más bien funcionales con el desarrollo capitalista de la Argentina moderna. Pero el recorrido político de esa juventud fue extremadamente más rico y teñido de métodos profundamente radicales. Por eso es fundamental diferenciar la institucionalización y asimilación por parte del Estado de importantes elementos del programa reformista, de la Revolución universitaria “en acto”, en las calles de Córdoba, en su ideario radicalizado y sus métodos de acción directa, que nos dejan un legado contradictorio pero profundamente vital para nuestras prácticas actuales. Las aristas más radicales de su programa terminaron siendo negadas históricamente, lo mismo que sus protagonistas más heréticos como Roca o Saúl Taborda. Todo esto fue necesario para escribir una “historia oficial de la Reforma”, cuya más acabada expresión terminará siendo el “fubismo gorila” de los `50 y la corrupta burocracia de la Franja Morada en los ’80 y ’90. Por otro lado, en términos generales, la universidad argentina es hija de esa gesta cordobesa y Latinoamérica. Una parte de las reivindicaciones reformistas, como la gratuidad, la autonomía y el ingreso irrestricto, son conquistas que en gran medida se han mantenido en muchas universidades nacionales y tienen como origen esa demanda de los sectores medios por ingresar a la universidad, que se amplió con la universidad de masas en los 50 y 60. Sin olvidar, con esto, que han sido reiteradamente suspendidas por las dictaduras militares y fuertemente retaceadas desde principios de las 90. La creación de los consejos directivos como órganos de co - gobierno con participación estudiantil, una apertura en los mecanismos de acceso a la docencia, una renovación de los planes de estudio y de criterios disciplinares cuasi medievales fueron conquistas que perduraron. Otras, como los concursos siguen estando vigentes, aunque valdría destacar lo pervertido que ha terminado siendo su mecanismo a partir de la constante manipulación política a la que ha sido sometido. Otras reivindicaciones como la docencia y la asistencia libre fueron concedidas parcialmente para años después ser borrada completamente del mapa hasta el día de hoy.

Las ideas malditas de la Reforma
“La única relación legítima y fecunda (...) es la de un discípulo que pregunta y la de un tribunal que responde. ¡Son ustedes los que deben rendir, señores profesores!”
Deodoro Roca, Palabras sobre los exámenes

Lo más interesante es, justamente, hurgar en el programa de la Reforma para desenterrar sus reivindicaciones malditas, negadas hasta la actualidad por la oligarquía profesoral que dirige las universidades, y que mantienen total vigencia a la hora de imponer una real transformación de las casas de estudio. El planteo central, revulsivo e innovador fue la participación estudiantil en el cogobierno, que fue juzgado como excesivamente radical por sectores que apoyaron el movimiento. Esta reivindicación tenía un carácter verdaderamente subversivo, ya que incluía una pedagogía novedosa que rechazaba la visión tradicional de la relación “docente - alumno”, formulaba un concepto distinto de disciplina y autoridad, y rescataba la libertad como noción fundante de la actividad universitaria. Es en este radical cuestionamiento político y pedagógico donde podemos encontrar una inspiración para nuestras luchas actuales. La reivindicación del gobierno tripartito e igualitario fue el gran planteo de la Reforma, aceptado apenas episódicamente bajo la presión de una verdadera insurrección, pero luego barrido por completo: “Nuestro régimen universitario, aún el más reciente, es anacrónico. Está fundado en una especie de derecho divino: el derecho divino del profesorado universitario (...) La Federación Universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen universitario y entiende que en ello se le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse un gobierno propio radica principalmente en los estudiantes” . Esta es una afirmación notable que mantiene plena vigencia como potente cuestionamiento a las camarillas “reformistas” que saquearon la universidad y la arrastraron a su actual decadencia. Es que la idea misma de que “el demos universitario” reside en el estudiantado, se opone por completo a lo que es la ley fundante de la universidad actual expresada en el artículo 36 del estatuto universitario de la UBA. Este artículo es justamente la consagración del “derecho divino del profesorado universitario”, una verdadera contrarreforma, que sin embargo se ha operado al interior de un pensamiento reformista ya institucionalizado y esterilizado. Se podría repetir con los estudiantes del ‘18 “La reforma Matienzo (o en este caso la Reforma retaceada) no ha inaugurado una democracia universitaria, ha sancionado el predominio de una casta de profesores” . Esta elite constituida alrededor de los profesores titulares regulares domina hoy el 50% de los consejos directivos, alrededor del 64% en los consejos superiores y más del 51% en las asambleas universitarias. Esta forma de gobierno antidemocrática se asienta no sólo en la subrepresentación de los estudiantes sino también en la casi proscripción de la mayoría de los docentes que se ven obligados a participar como parte del claustro de graduados, claustro que se ha transformado en la correa de transmisión de corporaciones profesionales y empresas privadas ajenas a la vida universitaria, y en la exclusión de los trabajadores no docentes. Vemos así que durante décadas se ha dado un doble proceso en relación a las reivindicaciones reformistas: de contrarreforma respecto a las más radicales y de integración de las más compatibles con una universidad burguesa moderna. Así el propio reformismo atravesó una profunda crisis a partir de los años 30 y en su nombre se embanderaron algunos de los períodos más reaccionarios del estudiantado argentino. Como conclusión podemos decir que la Revolución universitaria del 18 produjo en su momento una transformación enormemente profunda, aunque no en los términos que imaginaron sus protagonistas. Animado por un sentido general de democratización política y académica ese programa era contradictorio. Sin embargo, parte importante de sus planteos eran excesivamente radicales e incompatibles con una universidad orientada y hegemonizada por la burguesía. Estos últimos tenían la necesidad de enlazarse para su cumplimiento con tareas de transformación social más generales. La universidad ha cambiado vertiginosamente durante el pasado siglo, sin embargo muchas de las tareas emprendidas por la reforma no han sido conquistadas y son tareas pendientes que cualquier movimiento estudiantil en los próximos años tendrá que retomar.

Las ideologías y los partidos de la Reforma. La reforma fuera de los claustros
“En lo que a Cuba se refiere, es necesario primero una revolución social para hacer una revolución universitaria”
Julio Antonio Mella, dirigente estudiantil cubano y fundador del PC

Excediendo en mucho la vida universitaria la Reforma fue sobre todo una tendencia continental crítica del tiempo que le tocó vivir. Nació con ella una juventud con tendencias americanistas que buscaba superar la dominación imperialista y soñaba con un siglo XX latinoamericano. Ahora bien, si el legado político -social de la Reforma no es menos importante que el estrictamente universitario, sí es mucho más contradictorio, fragmentario y plural. Convendría en este plano no hablar del pensamiento político de la Reforma, sino de tendencias diversas e inclusos conflictivas, que dialogaron y chocaron fuertemente al interior de ese heterogéneo movimiento. Aquí no hay una Reforma sino muchas. El nivel de precisión y coherencia de su programa universitario contrasta con un avance a tientas en el terreno más global de lo social. Aquí vemos más intuiciones geniales que certezas ideológicas, más aventuras intelectuales que sistemas cerrados y una miríada de prejuicios, ilusiones y claroscuros. Todo esto da una riqueza novedosa y sustantiva a muchos pensamientos emergentes de ese movimiento que reconocerán diferentes influencias ideológicas y, a veces, opuestas tendencias de clase. El título original del Manifiesto Liminar es en sí mismo una muestra de las ansías de trascendencia continental: “La juventud universitaria de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica”. Y allí señalan: “Los dolores que quedan son las libertades que falta. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando una revolución, estamos viviendo una hora americana (...) en esta ciudad no se han presentado desórdenes; se ha contemplado y se contempla el nacimiento de una verdadera revolución que ha de agrupar bien pronto bajo su bandera a todos los libres del continente” . Dentro de este clima más general no faltó, sin embargo, un sector que intentó mantener el movimiento en un plano estrictamente universitario o educativo y fue el que predominó en el Congreso de la FUA de 1918. Allí, Osvaldo Loudet, presidente de la FUA, decía: “Éste es un congreso universitario (...) todo es ajeno a él, menos las cuestiones de pedagogía superior” . Sin embargo ésta no fue la tónica general. Una porción importante de los más destacados dirigentes reformistas fue tributaria de la llamada “teoría de la nueva generación”. Esta era un conjunto de creencias y mitos encarnados en la profunda decepción con la “vieja generación” y en una convicción regenerativa de carácter romántico. La “vieja generación” era la del 80, la que había organizado este país para la oligarquía. Pero la vieja generación también era Europa, y por oposición América era la expresión de la nueva: “El nuevo ciclo de civilización que se inicia, cuya sede radicará en América, porque así lo determinan factores históricos innegables, exige un cambio total de los valores humanos y una distinta orientación de las fuerzas espirituales” que corresponde encarnar, por supuesto, a las generaciones nacientes. Espiritualismo romántico, americanismo y mesianismo juvenil, fueron algunos de los contornos centrales del movimiento influenciado por el filósofo español Ortega y Gasset y la obra literaria del uruguayo José Antonio Rodó. La llamada “nueva generación” tenía sin embargo una heterogeneidad notoria. Supo abarcar desde un ala derecha, francamente reaccionaria y conservadora que supo amalgamar su anti positivismo y anti cosmopolitismo a la recuperación de los valores tradicionales, hasta vertientes tributarias de un socialismo de cuño romántico y utopista. A pesar de la heterogeneidad de esta corriente tal vez Julio V. Gonzáles fue uno de sus más característicos exponentes. En él podemos apreciar un pensamiento contradictorio, socialista pero romántico, que tal vez por esa pluralidad, por esa confusión e ingenuidad es paradigmático de aquel movimiento reformista, a la vez hijo y enemigo de su tiempo. Cuando los estudiantes se desilusionaron de la posibilidad de alcanzar sus objetivos de manos de facciones modernizantes de las elites dirigentes vieron la necesidad de ampliar la base de sus alianzas sociales. La ideología inicial de la nueva generación fue la expresión de esa primaria experiencia política plena de ingenuidad y confianza ciega en la capacidad propia. El aprismo y el comunismo serán dos intentos de superación de esta infancia del movimiento reformista ligadas a estrategias de transformación social globales. El peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador del APRA, estuvo fuertemente emparentado con Ingenieros y González y se consideraba a sí mismo como un integrante de esa “nueva generación”. Sin embargo fue tomando un curso propio que lo llevó a constituir toda una corriente de la política latinoamericana donde el problema del imperialismo fue predominante. En su Perú natal antes de haber conseguido la más mínima democratización universitaria ya había atravesado la represión, la cárcel y exilio. En 1924 se fundará el APRA con un programa que incluía cinco puntos fundamentales: 1) Acción contra el imperialismo yanqui; 2) Por la unidad política de América Latina; 3) Por la nacionalización progresiva de tierras e industrias; 4) Por la internacionalización del Canal de Panamá; 5) Por la solidaridad con todos los pueblos y clases oprimidas. Más allá de la generalidad de su programa, el APRA constituía un movimiento nacionalista de base popular que intentaba encarar el problema de la sumisión al imperialismo, el atraso nacional y la desigualdad social. No lo hace desde una perspectiva clasista sino desde la idea de una revolución democrática y nacional que incluía a la clase trabajadora dentro de la alianza capaz de operar dichas transformaciones, pero donde el papel dirigente correspondía a los sectores ilustrados de las clases medias urbanas. Así, el primer gran intento de base policlasista y programa democrático antiimperialista de la pequeña burguesía americana surge del seno mismo del movimiento estudiantil reformista. Finalmente surgirá un ala abiertamente marxista, encarnada por el dirigente cubano Julio Antonio Mella, que llevará a la fundación de varios de los principales partidos comunistas del continente. A partir de 1925 el discurso universitario se hace político en todo el continente y allí Mella se diferenciará claramente de Haya de la Torre. Para Mella se trata de hacer una revolución de carácter socialista en la que los obreros tienen reservado el rol dirigente y la hegemonía en cualquier alianza que se constituya. Esta tendencia abordará una fuerte polémica con el mesianismo de la “nueva generación” y criticará fuertemente su inconsistencia ideológica. José Carlos Mariátegui compartirá la experiencia de Haya de la Torre en el APRA hasta 1929 para luego separarse y fundar el Partido Socialista Peruano. Luego de su ruptura apuntará con dureza: “Después de que las ametralladoras de Noske reestablecieron en Alemania el poder de la burguesía, el mesianismo de la ` nueva generación ’ empezó a calmarse, renunciando a las responsabilidades precoces que (...) se habían apasionadamente atribuido. La fuerza que mantuvo viva hasta 1923 (...) la esperanza revolucionaria no era, pues, la voluntad romántica de reconstrucción, la inquietud tumultuaria de la juventud en severa vigilia; era la desesperada lucha del proletariado en las barricadas, en las huelgas, en los comicios, en las trincheras” . Esta tendencia expresaba la convicción de que los objetivos de la revolución universitaria debían entrelazarse inmediatamente con la lucha revolucionaria de los trabajadores por su emancipación. Para ellos el programa de reformas universitarias debía ser parte de un programa de revolución social que apuntara a resolver el problema de la tierra, de los derechos laborales, la independencia nacional respecto al imperialismo, que sólo era viable mediante el derrocamiento del capital y la lucha por el socialismo. Mella y Mariátegui mostraron una gran agudeza para vislumbrar las limitaciones que por su programa, su ideología y sus tendencias de clase tendría la mayoría del movimiento reformista y para marcar la necesidad urgente de entrelazar la reforma universitaria y la revolución social. Sin embargo la influencia nefasta de la Comintern estalinista a partir de 1929 interfirió gravemente en las relaciones entre las tendencias marxistas y el legado de la Reforma. Lo que queda claro es que, más allá de los matices y recorridos, ora nacionalista democrática y encabezada por los “trabajadores intelectuales y manuales”, ora socialista y dirigida por el proletariado, la reforma había superado para mediados de los 20 el campo universitario.

Algunas conclusiones
“Sólo podrá existir la universidad de la Reforma cuando cambie la actual organización social, y desaparezcan las diferencias de clase y el predominio de una minoría sobre la universidad”
Jorge M. Zubiría, dirigente reformista de izquierda

La Reforma Universitaria iniciada con la “revolución” cordobesa de 1918 fue un proceso democrático, notablemente radicalizado y con orientaciones antiimperialistas e internacionalistas. No obstante esto en el terreno de la política extra - universitaria su programa fue fragmentario y contradictorio y su ideología difusa y fuertemente influenciada por ideas románticas. Por su carácter de clase y sus heterogeneidad política no pudo, mayoritariamente, articular un cuestionamiento a la estructura económica capitalista en la que se basaba el atraso y la dependencia colonial, que tanto irritaba a aquella juventud, y proyectar así un programa superador. La transformación del APRA, varios años después, en una agente de la burguesía peruana y el imperialismo ilustrará el fracaso de aquel proyecto. La vertiente socialista de Mella y Mariátegui vio con claridad aquellas limitaciones y se embarcó en un proyecto continental para construir una fuerza revolucionaria liderada por los trabajadores y bajo la bandera del marxismo, con las contradicciones ya planteadas. Heterogéneo, confuso, contradictorio pero también rico, generoso, valiente, es el legado de aquella generación en nuestro continente. Anduvo a tientas entre la esperanza de la revolución rusa, la tragedia de la guerra imperialista y la emergencia de un nuevo mundo. Despertó intuiciones geniales y lanzó a la vida política a algunos de los más destacados dirigentes. Dio surgimiento a distintas vertientes que influyeron durante décadas la política Latinoamericana. La Reforma, finalmente, es una experiencia fundante de nuestro movimiento estudiantil que aún hoy es necesario reapropiar y criticar, y que nos puede aportar valiosas conclusiones pero sobre todo también el entusiasmo militante imprescindible para cambiar la realidad.

Pasado y presente de la Reforma
“Mientras subsista la odiosa división de las clases, mientras la escuela actual no cambie totalmente sus bases (...) las universidades seguirán siendo lo que son, fábricas de títulos”
Deodoro Roca

La idea de que el demos universitario reside en el estudiantado es completamente subversiva frente a la universidad actual, esclerosada, y gobernada por la casta profesoral y tecnocrática que administra la política del Banco Mundial. El derecho a decidir democráticamente sobre la docencia y los contenidos curriculares sigue siendo una cuenta pendiente que es aún hoy bandera de lucha. Por supuesto que aquel movimiento tuvo una enorme limitación en cuanto a cuestionar el contenido clasista de la universidad. Buscando democratizar una universidad clerical abrieron la puerta a una universidad moderna que no llegaron a ver completamente desarrollada. A la inmensa mayoría de los dirigentes reformistas que convivían a diario con los obreros en 1918 no se le ocurría la idea de reivindicar que los obreros pudieran ingresar a la universidad. No cabía esa idea en las cabezas de aquella generación. El carácter de clase de la universidad sólo llegó a ser cuestionado por el ala izquierda de la Reforma, y son aquellas proclamas de Mella las que hoy tendríamos que recuperar. La reforma universitaria necesaria hoy no puede ser más que una revolución, atada al destino de la revolución social y de la transformación de raíz de las propias relaciones de producción. Por eso todo cuestionamiento a la universidad actual no puede ser sólo democrático sino que debe articularse en un cuestionamiento global de las formas de reproducción materiales e intelectuales del sistema capitalista. Una nueva reforma universitaria tendrá que tomar lo mejor de aquella tradición reformista pero tendrá también que superarla a la luz de las transformaciones cruciales que ha tenido la universidad en el siglo XX. Tendrá que afrontar otros problemas, otros conflictos y para ello tiene en otras experiencias más recientes un material invalorable a la hora de repensar un programa, una ideología y una organización para la transformación de la universidad y de la sociedad que en aquéllas jornadas del 18 se encontraban todavía en germen. Está claro que nos referimos a las experiencias que en la Argentina y en el mundo mostraron a un movimiento estudiantil militante, unido a la clase trabajadora por objetivos de redención como fueron los 60 y 70. Un hijo aristocrático de aquella Córdoba colonial, proclamado hereje y maestro de aquella juventud describía en 1936, con una lucidez grandiosa, el destino heroico y trágico de la Reforma. “El universitario del 18, buscando un ilusorio maestro se dio con un mundo (...) La reforma fue todo lo que pudo ser. No pudo ser más de lo que fue en dramas y actores. ¡Dio de sí todo! Dio pronto con sus límites infranqueables. Y realizó un magnífico descubrimiento. Eso sólo la salvaría: al descubrir la raíz de su vaciedad y su infecundidad notoria dio con este hallazgo: reforma universitaria es lo mismo que reforma social” . Un nuevo movimiento estudiantil tendrá que recuperar la obra iniciada por la Reforma Universitaria del ’18, rompiendo todo lazo que ate la universidad al pasado, expulsando a las camarillas y democratizando radicalmente el co-gobierno. Sin embargo, siguiendo las lecciones de Deodoro Roca, tendrá que elevarse por sobre las limitaciones de aquella Reforma, y retomando la tradición de los ’70, unir la “revolución universitaria” a la transformación revolucionaria de la sociedad. Una nueva “época de la universidad” sólo puede realizarse plenamente reemplazando el actual régimen de explotación capitalista por un orden social donde los medios materiales y culturales sean puestos en manos y al servicio del pueblo. La transformación por la que luchamos debe arrancar la Universidad de manos de las clases dominantes para convertirla en un bastión de la lucha de los explotados y oprimidos por su liberación.

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